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Acerca de mí

Los peligros de conocer al autor


Soy el primero en sentir curiosidad acerca del autor de una obra que me gusta, ya sea un artículo, un libro, una canción o una película. Así que supongo, y espero, que si tú has entrado en esta sección es porque te ocurre lo mismo: te ha gustado alguno de los artículos de este blog y ahora sientes curiosidad sobre quién lo ha escrito. No obstante, esto entraña un cierto riesgo, pues muchos autores no están a la altura de sus obras, o tienen algún aspecto de su personalidad que nos los hace antipáticos, y eso acaba por condicionarnos, e incluso arruinarnos, el disfrute inicial que nos producía su trabajo. 

Raúl López Nevado
Arwen dándome ideas para nuevos posts
Borges solía decir que un autor debía realizar su obra y morirse para evitar este inconveniente. Un poco radical, tal vez, pero no deja de tener cierta razón. Curiosamente, la primera vez que a mí me ocurrió algo así, que un autor me decepcionara tanto que me impidiera disfrutar de su trabajo posteriormente, fue precisamente con él. Para mí Borges era uno de los escritores más admirados, entonces lo vi hablando en una entrevista, dejando a las claras sus ideas conservadoras y me sentí defraudado. Posteriormente, me ocurrió lo mismo con Dalí, tras conocer cuál fue su reacción ante la muerte de Lorca (no sólo no pareció importarle sino que casi lo celebró) y más adelante, con Hetfield, el guitarra y vocalista de Metallica, cuando viendo el documental "Some kind of monster" me enteré de que disfrutaba cazando osos. Lo triste es que estas facetas de sus personalidades consiguieron amargarme el disfrute de sus habilidades artísticas y consiguieron que, durante un tiempo, dejara de leer a Borges, de contemplar cuadros dalinianos o escuchar a Metallica. 

Puede parecer una obviedad, pero para mí tuvo que pasar un cierto tiempo hasta que comprendiera que un autor no es su obra, y que sus capacidades artísticas no tienen nada que ver con su catadura moral. Tendemos a pensar que alguien que satisface nuestro anhelo de belleza o de verdad en un campo debe de ser alguien intachable en el terreno moral. La manifestación más clara de este fenómeno se da en el cine, en el que es muy difícil encontrar a un personaje bueno que sea interpretado por un actor feo. Seguimos pensando, como los griegos, que verdad, belleza y bondad se corresponden y tienen que coincidir en el mismo lugar y persona.

Con todo, es muy curioso cómo procuramos repartir estas virtudes porque, así como esperamos que aquellos capaces de dominar la belleza sean a la vez buenos, no esperamos que aquellos bondadosos sean capaces de expresar belleza de una manera plástica. No esperamos, por ejemplo, que la Madre Teresa de Calculta sea capaz de escribir un relato retorcido y emocionante, que Nelson Mandela pinte un cuadro surrealista que nos haga replantearnos lo que es sueño y realidad, o que el Dalai Lama toque un infernal ritmo de guitarra que nos impida dejar de mover la cabeza. 

En fin... Digo todo lo anterior, porque espero no decepcionar a quien está leyendo esto y espera de mí que tenga algunas habilidades que no poseo. Escribo lo que escribo con la intención de ayudar a los demás con lo que yo sé, pero no pretendo ser perfecto... eso lo dejamos para más adelante.


Un poco de biografía


Me llamo Raúl López Nevado y elegí para nacer finales de 1979, más que nada para poder presumir de haber vivido durante los setenta, con Led Zeppelin, Thin Lizzy y el primer álbum de Iron Maiden sonando de fondo. Lo hice en Mollet, una pequeña población del área metropolitana de Barcelona, en el noroeste peninsular; pero mi sangre viene del suroeste, así que miro con la misma nostalgia el Mediterráneo y el Atlántico. 

Ya de muy pequeño, me obsesionaron cosas bastante peculiares para mi edad (como cuál era el sentido de la vida). Descubrí la noción de Dios y la de paradoja y lo que ambas tienen en común. Mi abuelo solía decir que él “no había dicho una verdad en su vida” y esta afirmación disparaba todo mi potencial intelectual porque si era cierto, entonces la afirmación era falsa pero, a su vez, si era falsa entonces seguía siendo cierta. En algún sitio leí que Dios controla todos nuestros actos y nos vigila para que nos portemos bien; pero entonces, si nos controla él, para qué quiere vigilarnos si, a fin de cuentas, nuestros actos son su responsabilidad y no debería castigarnos a nosotros por ellos, sino más bien a sí mismo… 

Como tantos otros niños de mi generación me dejé envolver por la magia de las palabras de Félix Rodríguez de la Fuente. Podría decir que fue a través de su léxico, rico y poético, que descubrí la lectura como fuente de conocimiento y de belleza. También descubrí la escritura, intentando escribir como Félix hablaba. Escribí mi primera novela hacia los seis años. Trataba de hormigas gigantes u hombres reducidos al tamaño de hormigas (la obra se ha perdido y, en todo caso, no era demasiado original, aunque, carámbanos: ¡tenía seis años!). 

Con esa edad también, mis padres me apuntaron a clases de música, con tan mala suerte que mi profesor estaba empecinado en hacerme dibujar claves de sol perfectas, mientras yo me moría de ganas por tocar aunque sólo fuera una tecla del piano. Finalmente, varios lápices mordidos y cientos de claves de sol dibujadas después, mis padres y el profesor decidieron que yo no le iba a sacar provecho a aquellas clases. Tenían razón, por supuesto, aunque sigo dibujando unas claves de sol fantásticas. Siete años después, curiosamente, sería yo el que me apuntaría a clases de música por iniciativa propia y la convertiría en una parte esencial de mi vida*.

En mi búsqueda de significados y significantes leí, leí y volví a leer todo lo que cayó en mis manos. Fue así como tropecé con la filosofía oriental, con la sencillez lírica mediante la que explica los porqués de la existencia, y quedé fascinado por ella. Uní esta pasión a la práctica de las artes marciales (kárate y judo) que me condujeron a probar por primera vez la meditación. 

Para cuando tenía catorce años, ya había leído todos los libros de filosofía y religión oriental que estaban en mi biblioteca. A medida que crecía, sin embargo, la necesidad de explicaciones más y más racionales me fue inclinando hacia la ciencia y comencé a leer a Asimov, a Sagan y Hawkings (por ese orden), con la intención de descubrir cuál era el sentido del cosmos. Comprendí que para comprender el cosmos, primero había que comprenderse a uno mismo y, entonces, incliné mis lecturas hacia la antropología y la psicología. Comencé por Konrad Lorenz y Desmond Morris, de ahí a Eib Eibesfeldt, Marvin Harris, Wayne Dyer y finalmente Oliver Sacks. 

En paralelo, también desarrollaba un apetito voraz por la literatura de ficción, comenzando bien jovencito con los libros de lobos y perros de Jack London y continuando después con todo lo que caía en mis manos, en especial de literatura de terror y de ciencia ficción **;(de ahí mi carrera literaria sobre la que podéis leer un poco en este mismo blog). 

Al llegar el momento de comenzar la universidad, me encontré ante el dilema de tener que decidir entre una carrera científica, que me obligara a renunciar para siempre a toda la parte más humanística y artística, y una carrera de letras que me hiciera renunciar para siempre a la ciencia. La solución a este dilema me la dio la filosofía, una disciplina que intenta abordar todo el conocimiento humano sin olvidarse ninguna de sus partes. 

La experiencia fue satisfactoria, hice amigos con inquietudes comunes a las mías, amplié los horizontes de mis investigaciones intelectuales y conocí lo que otros grandes hombres y mujeres habían pensado acerca de los problemas a los que yo entonces me enfrentaba; no obstante, seguía sin encontrar las respuestas últimas que buscaba, así que seguí buscando y buscando… 

Hoy, quince años después de aquella última clase de filosofía, puedo decir que he encontrado algunas respuestas. He rebajado el tono, obviamente, pienso que quizá no existan las respuestas absolutas, o bien que no estemos destinados a descubrirlas, o bien tan sólo que mi capacidad de penetración intelectual no llega a tanto como para comprender todos los porqués que una vez me carcomieron. La cuestión es que he conseguido algo que es menos de lo que creí que obtendría cuando comenzaba a estudiar, pero mucho más de lo que creí que jamás hallaría cuando estaba perdido y todas las respuestas me parecían borrosas. A veces se trata de ideas que han venido a mí en una forma casi de satori, claras y diáfanas, como si se tratara de hechos evidentes e indiscutibles, resolviendo un problema que minutos antes me había parecido irresoluble. En la mayoría de casos, sin embargo, se trata de ideas pequeñitas, de formas de proceder distintas que ayudan a que nuestra vida sea mucho más fácil y sencilla. 

Todas estas ideas son las que comparto con vosotros en este blog, con la esperanza de que os sean tan útiles como a mí y os ayuden a disfrutar, mejorar y ser lo más productivos y felices posibles en vuestro día a día. 

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NOTAS:


* Podéis leer algo más acerca de mi carrera musical en la sección Música de este blog, en los posts relacionados que voy escribiendo o simplemente surfeando por las aguas procelosas de Internet. 


** De ahí mi carrera literaria que, de hecho, fue la que dio origen a este blog cuando pensaba en él como un escaparate para mi obra. En aquellos entonces se llamaba “Sueña Alonso Quijano con Cervantes Eléctricos” y si tenéis curiosidad acerca de este nombre, podéis averiguarlo todo en este enlace.

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