Lo que un padre puede hacer
En el asunto de la paternidad-maternidad la figura del hombre es sistemáticamente infravalorada. Los responsables de esto son, en primer lugar y mayoritariamente, los hombres que se sienten cómodos con esta situación que les permite huir de sus responsabilidades paternas y descargarlas por completo en sus parejas femeninas. La justificación de estos hombres viene a ser "como yo soy un inútil, es mejor que te encargues tú del niño/a". En segundo lugar y en mucho menor grado, son responsables las mujeres a las que ya les va bien que su pareja no se entrometa en los asuntos del hijo, que ellas ven como exclusivamente suyo, y cuya justificación suele ser "como tú eres un inútil, es mejor que me encargue yo del niño/a".
Lo triste de esta situación, ya sea mayoritariamente causada por el hombre o por la mujer, es que el infante se queda con la mitad de sus progenitores y acaba por ver la vida desde una perspectiva más limitada que la que le podrían proporcionar dos personas, cada una con su propia idiosincrasia y con su visión más masculina o femenina de la vida, que a fin de cuentas todos somos en parte lo uno y lo otro, el ying y el yang, lo blanco y lo negro y es en la mezcla de colores donde se encuentra la riqueza de percepciones y la belleza.
Es indudablemente cierto que, como progenitor igual que en tantas otras cosas, un hombre es bastante menos que una mujer. La naturaleza ha sido más generosa en este aspecto, como en tantos otros, con ellas que con ellos. Sin embargo, excepción hecha de la gestación, del darlo a luz y darle el pecho, un hombre puede hacer por su hijo exactamente lo mismo que pueda hacer una mujer. Es más, incluso en estas tres tareas tan femeninas (y heroicas) un hombre puede tener su parte y colaborar ayudando en la medida de sus posibilidades, intentándole hacer más fácil la vida a su mujer sobre todo en esas etapas tan delicadas como preciosas.
Que padre no es quien simplemente pone la semillita en mamá, sino el que además está a su lado noche y día, el que coge la mano del pequeño para ayudarle a levantarse y lo carga dormido en los brazos, el que envejece viéndolo convertirse en adulto y sintiéndose vivo y un poco mejor por haber ayudado a traerlo al mundo pero sobre todo por haberlo acompañado en su camino, haciendo todo lo que un padre puede hacer.
Y todo lo demás son excusas.
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