Víctima de las circunstancias
¿Hasta qué punto somos víctimas de las circunstancias y hasta qué otro somos sus responsables?
Los límites de la New Age
Existe una corriente de pensamiento más o menos New Agy que dice que nadie es víctima de las circunstancias, que todo el mundo es de algún modo responsable por aquello que le sucede. Así que no vale quejarse ni de tu jefe, ni de tu suegra, ni de tu cuñado, pues son responsabilidad tuya, tú te los has buscado con la larga sucesión de elecciones realizadas en tu vida. Tú sabrás si tu sueldo te compensa soportar a tu jefe o tu esposa/esposo soportar a tus familiares políticos. Y lo mismo vale para otras circunstancias de las que habitualmente te sueles considerar víctima: si estás más o menos en forma, si estás gordo o flaco, si eres alto o bajo... Espera, espera, ¿Alto o bajo? ¿También eso? ¿No nos estaremos pasando con la dichosa idea?
Bien, evidentemente hay circunstancias en nuestras vidas de las cuales no nos podemos considerar responsables, concretamente todas aquellas que quedan por completo fuera de nuestro control, como nuestras características físicas hereditarias, nuestro entorno socio cultural o la coyuntura económica de nuestro país. No cabe negar la existencia de estos factores y nuestra imposibilidad de decidir sobre ellos. Hacerlo sería cruel, pues llevaría por ejemplo a considerar como responsables de su propia desgracia a las víctimas de desastres naturales o guerras.
Creo que la idea New Age de la responsabilidad personal se pasa de frenada y carga sobre nuestras espaldas pesos que no podemos sostener. Sin embargo, creo que su intención es buena. Ciertamente existen circunstancias en nuestra vida que no podemos hacer nada para cambiar; pero existen otras tantas, de hecho muchas más, sobre las que habitualmente omitimos nuestra responsabilidad a pesar de ser consecuencia directa de nuestras elecciones.
El escape de las racionalizaciones
Somos maestros de la racionalización. Si estamos gordos es por culpa del trabajo sedentario que nos obliga a estar sentados todo el día (la pizza con patatas fritas y cerveza que nos comemos por la noche no tiene nada que ver); si tenemos poco dinero es por culpa del mezquino de nuestro jefe que no quiere subirnos el sueldo (el préstamo que pedimos para irnos de viaje al Caribe no tiene nada que ver); si no tenemos estudios es por culpa de nuestros padres, que no nos supieron inculcar el valor de la formación (el hecho de que decidiéramos dejar el instituto por propia voluntad para ganar más dinero en una obra no tiene nada que ver). Ante cada problema, una explicación satisfactoria que desplace la culpa sobre otros hombros y nos deje cómodamente anclados en la inacción.
¿No os habéis encontrado nunca con alguien que a los cinco minutos de conocerlo ya os ha explicado con todo lujo de detalles lo mal que lo ha tratado la vida? Estas personas suelen ser casos extremos de victimización. Intentan justificarse ante sí mismos, justificándose ante los demás. De rebote, procuran ganarse simpatías despertando sentimientos de compasión en todo aquél que las oiga.
Por fortuna, la mayoría de personas no es de este modo, en general todo el mundo lleva sus circunstancias sobre sí e intenta lidiar con ellas. No obstante sobre todos nosotros se cierne de vez en cuando la tentación de convertirse en víctima por todas las ventajas que lleva aparejadas: es fácil, cómodo, compensa emocionalmente y, sobre todo, permite quitarte de encima el molesto peso de la responsabilidad.
Convertirse en víctima de las circunstancias sólo tiene un inconveniente y es que nos ata de pies y manos y nos condena a ser víctimas de verdad para siempre.
Responsabilidad, libertad y humanidad
Sólo cuando reconocemos nuestra responsabilidad en un aspecto de nuestra vida, podemos comenzar a actuar para cambiarlo y reconducirlo hacia cómo queramos que sea. Es cierto que existen circunstancias que escapan por completo a nuestro control, pero incluso en éstas, nuestra humanidad, nuestra libertad, nuestra responsabilidad, consigue colarse para marcar la diferencia. Me vienen a la mente, a bote pronto, los ejemplos de Viktor Frankl, el psiquiatra austríaco que sobrevivió a los Campos de Concentración nazis buscándole un sentido a todo aquello que le permitiera superarlo y llevar esa enseñanza al resto del mundo; o el padre Vicente Ferrer que al ser expulsado y abandonado por su orden decidió seguir adelante con su labor misionera e incluso encontrar el amor y casarse; o Malala Yousafzai que tras su intento de asesinato se convirtió en la voz mundial por el derecho de los niños y las niñas a acceder a la educación.
Todos ellos podían haber aprovechado lo que les acababa de pasar para convertirse en víctimas y abandonarse a la inopia, sin embargo, lo aprovecharon para seguir adelante y convertir nuestro mundo en un lugar algo mejor.
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