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Razonando de cabeza

¿Me haces un favor? Sin utilizar calculadora, ni lápiz y papel, el móvil o una hoja de cálculo dime cuánto son ((347 x 2) - 15)/3 x 4. 

Si eres como la mayoría de personas, el mero hecho de tener que enfrentarte a una operación así sólo con la ayuda de tu propia mente te habrá resultado tan tedioso que ni siquiera lo habrás intentado y eso, a pesar de tratarse de una operación relativamente sencilla y con la ventaja de que te lo he preguntado por escrito. Por cierto y para ahorrarte la molestia, te diré que el resultado es exactamente 905,33333 y que sí, que yo tampoco me he tomado la molestia de intentar hacer el cálculo de cabeza.

Lápiz, papel y otras herramientas más contundentes para filosofar
¿Si a nadie se le ocurre hacer este tipo de operaciones matemáticas renunciando a los medios materiales que nos pueden ayudar a realizarlas más fácilmente, por qué a la hora de razonar tendemos a empeñarnos en no utilizar más que lo que somos capaces de retener en nuestra propia cabeza, que no suele ser mucho, dicho sea de paso?

Hay algunas respuestas que pueden explicar este fenómeno: puede que nadie nos haya informado de que existen otros métodos para razonar aparte de ése de tenerlo todo en la cabeza; puede que nos sintamos tan unidos a nuestro modo de razonar, tan identificados con él, que nos parezca que cualquier cambio que le pudiéramos aplicar sería poco menos que una traición a nuestros propios principios... en realidad, poco importan los motivos, la cuestión es que mientras que a la hora de realizar operaciones matemáticas aprovechamos todos los medios materiales a nuestro alcance, a la hora de razonar no solemos utilizar ninguno.


Lápiz y papel


Los medios materiales para potenciar nuestra capacidad de razonar son tan sencillos que tendemos a olvidarnos de ellos. Por ejemplo, nada ayuda más a enfrentarse ante un problema aparentemente irresoluble que un simple lápiz y un papel. En su defecto, también puedes utilizar un boli, una pluma, un ordenador con procesador de textos, una grabadora o, en el mejor de los casos, un amigo que te escuche; pero el lápiz y el papel son suficientes para provocar el enorme salto cualitativo que se produce cuando además de pensar sobre un problema, escribes o hablas de él. 

La mente humana es como un caballo salvaje, poderosa pero descontrolada y, como decía el anuncio, la potencia sin control no sirve de nada. Cuando pensamos sin utilizar ningún apoyo, tendemos a dar vueltas sobre el mismo tema una y otra vez, acercándonos y alejándonos de la solución sin llegar a atraparla nunca del todo porque, en primer lugar, ni siquiera hemos acabado de definir cuál es el verdadero problema. Al escribir, sin embargo, obligamos a nuestro pensamiento a someterse, concretándose en oraciones con sentido que podamos ir concatenando. 

Este hecho presenta dos ventajas fundamentales: por un lado, nos obliga a expresar claramente cuál creemos que es el problema y la solución a la que nos gustaría llegar; por el otro, una vez expresados nuestros pensamientos en sentencias escritas, estos adquieren un aspecto tangible. Igual que es más fácil operar con números que tenemos escritos en papel, que operar con ellos en la mente, es mucho más fácil operar con pensamientos que ya están expresados que con las vagas formas de ellos que mantenemos en la mente. 


La enseñanza de Platón


Platón no creía en la escritura para expresar sus ideas más profundas e importantes, temía que, entregadas al papel, sus palabras pudieran ser malinterpretadas y caer en malas manos*. Así que ideó un sistema aún mejor para razonar: dialogar. Te comento esto por si necesitas que alguien con autoridad (Platón, no yo) te confirme las bondades de este método; pero estoy seguro de que tú mismo ya lo habías experimentado. ¿O es que nunca te ha pasado eso de que le estás explicando un problema a un amigo y es mientras lo haces que se te ocurre una solución que te había estado esquivando durante semanas?

El diálogo es tan positivo para razonar porque hablar con otra persona nos obliga a ser más cuidadosos y claros con nuestras explicaciones y la formulación de nuestras preocupaciones. Escribir es una especie de diálogo en bruto, sólo que en lugar de hablar con otra persona, hablamos con nosotros mismos y así tenemos más tendencia a caer en imprecisiones o a dejar cosas insuficientemente aclaradas. No obstante, a pesar de ese inconveniente, la escritura sigue presentando una ventaja notable frente al diálogo: en ella, nadie, salvo nosotros mismos, pone límites a nuestro pensamiento.

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Nota:


*Se podría pensar que existe una contradicción flagrante entre este pensamiento suyo y su manera de actuar cuando, dos milenios después de su muerte, aún han llegado hasta nosotros en torno a treinta libros de Platón perfectamente conservados. Quizá es cierto, quizá sí que existe esa pequeña contradicción, pero se ha de tener en cuenta que Platón distingue entre pensamientos verdaderamente importantes, que son los que no debían escribirse bajo ningún concepto, y que como mucho debió legar a su obra esotérica (la destinada a sus alumnos y que se ha perdido); y pensamientos más baladíes, que son los que expresó en su obra exotérica (destinada a publicarse fuera de la Academia, que es la que ha llegado hasta nosotros).

Así que si te parecía profundo algo de lo que le habías oído decir al bueno de Platón, piensa que lo que nos ha llegado es sólo lo que él consideraba menos importante de su sabiduría, e imagina lo que hemos perdido... 

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