Intermitentes
En
una rotonda, a punto de incorporarme con la bici. Un coche, chumba, chumba,
está a punto de salirse y yo de entrar; pero en el último momento decide seguir
girando, sin intermitentes, claro. Lo maldigo en voz baja, le veo las pintas, poligonero
a tope, pacha neng, brazos como jamones, mejor no decir nada. Entro a la
rotonda detrás de él. Seguimos rectos, y gira en la primera calle, sin
intermitente, obligándome a aguzar al máximo mis sentidos arácnidos para no
estamparme. Seguimos por la misma carretera, ese maldito me sigue por delante
como el perseguidor de Cortázar. Frena de repente, freno y miro a izquierda y
derecha esperando adivinar a qué se ha debido el frenazo ¡Ah, una plaza de
parking! Siendo así, comprendo que se abalance hacia detrás como un rayo, no se
lo echo en cara, conductores así me hacen estar en forma. Lo observo, pensativo,
mientras aparca. Vistos sus brazos, queda descartada la mala leche, aprecio mi
integridad física. No obstante, miro su cabeza, pienso en la mía… así que sigo
esperando pacientemente. Cuando acaba golpeo ligeramente en su ventana con mi
mejor cara de angelito. La abre y el chumba chumba parece inundarlo todo:
-
Perdona – le
digo –, pero me temo que se te han estropeado los intermitentes.
Contesta
con un sonido gutural, pero exento de agresividad, de sorpresa, tal vez.
-
Sí, se te
deben de haber fundido, a mí me pasó una vez – digo y me marcho pedaleando
antes de que sea consciente de lo que acaba de pasar.
Raúl Alejandro López Nevado
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